Relatos

Calles y avenidas. Arturo Pellerano Alfau, creador del diarismo en RD

“La sirena gritaba un dolor que no parecía ser solo el de su familia atribulada y el de sus antiguos compañeros de faena, sino también el de las máquinas que él puso a funcionar, el de su mesa de trabajo que ya no volverá a usar, el del piso, que no será oprimido por su planta, el del edificio donde se desarrollaban sus ennoblecedoras energías y aún más: el de la sociedad dominicana que experimentaba una pérdida tan lamentable como irreparable”.

Es un fragmento del artículo del notable intelectual Juan Tomás Mejía lamentando el deceso de Arturo Joaquín Pellerano Alfau, cuya memoria se perpetuó en 1939 con una calle a la que hoy debería agregarse otra pues esta se convirtió en un trecho peatonal por el que transita poca gente que, además, impide el paso a determinadas horas debido a las puertas colocadas en sus dos extremos.

Pellerano Alfau fue un ejemplo de patriotismo, superación, trabajo, lucha, que merece ser conocido y recordado con una gran avenida. Cosechó la admiración, el respeto y el aprecio de dominicanos y extranjeros que lloraron con lágrimas copiosas su partida, según se recoge en crónicas. “La tristeza del pueblo delante de sus despojos mortales fue sincera”, escribió Manuel de Jesús Troncoso de la Concha en la revista Clío.

pellerano

Fue el fundador del diarismo en República Dominicana y desde las páginas del Listín Diario libró campañas que le representaron encarcelamiento, persecución, exilio y el cierre temporal del periódico que “sacó de la nada” el 1 de agosto de 1889, y que aún existe.

El 24 de febrero de 1896 el rotativo dedicó su edición a Cuba con artículos de José Joaquín Pérez, Abreu Licairac, Enrique Deschamps y M. Curiel y fue suspendido por 15 días y Pellerano Alfau encarcelado. Dos días después apareció con el nombre de “El Diario” bajo la dirección de José Contreras Ramos.

Los atropellos a su persona y al medio de expresión no se detuvieron con la caída del dictador Ulises Heureaux. Su actuación nacionalista bajo la Ocupación norteamericana fue motivo de amenazas que pusieron otra vez en peligro su libertad y su patrimonio. En 1942, durante el trujillato fue clausurado. Reapareció en 1963.

Arturo Joaquín era un batallador por las causas dignas, un visionario que no solo modernizó en época tan lejana el principal periódico de entonces, sino que dio cabida a los más prestigiosos escritores nacionales y acogió a muchos extranjeros desterrados que transmitieron cultura a través de sus producciones.

Además de dirigir el Listín, Pellerano Alfau fue presidente del Ayuntamiento de Santo Domingo y en esa condición le tocó pronunciar el discurso principal en la inauguración del puente Ozama. El 25 de julio de 1919 el cabildo le otorgó el título de Hijo Preclaro de la Ciudad.

Poco de su vida. De la infancia, la adolescencia, la educación de Arturo Joaquín se ha publicado poco. La proeza de haber fundado y mantenido el Listín “de acuerdo con los nuevos tiempos” y la historia misma del periódico han opacado los relatos sobre su vida. Se destaca más el nacimiento y el desarrollo de su gran obra.

El pionero de la prensa nacional vino al mundo el 19 de noviembre de 1864 (Vetilio Alfau Durán aclaró que en 1865), hijo de Benito Pellerano (Vincenzo Benedetto Pellerano Costa) y Belén Alfau.

Contrajo matrimonio con Juana Sardá, madre de sus hijos: Arturo Antonio Laureano, Isabel Emilia, Eduardo Bienvenido, Edmundo Rogelio, Carlos y Altagracia Juana. Enviudó en 1901 y casó en 1905 con Estela López Penha con quien procreó a Estela Angélica, Elba Celeste, Nelly Edilia, Moisés Arturo, Carlos Vicente y Ana Gisela.

Era bien parecido, gustaba realizar excursiones a playas, ríos, montañas del país y viajaba con frecuencia al extranjero.

Enrique Henríquez publicó que Pellerano Alfau “tenía talento para crear y carácter para hacer tangible, perdurable y benéfico lo creado. De ahí su triunfo”.

En la adultez, Arturo Joaquín se fue a vivir a París, “conservando nominalmente la dirección de su amado Listín Diario”, apunta Troncoso de la Concha, pero en 1931 retornó al país “bastante minada su salud”. “Sé que mi fin está próximo y siento que mi suelo me reclama”, escribió a uno de los suyos.

El 16 de febrero de 1935 el Listín publicó: “Nuestro muy querido director Arturo Pellerano Alfau en estado de gravedad a causa de la dolencia que viene minando su salud y que tanto ha resistido su organismo”. Murió el 18 de febrero de 1935.

Sus restos fueron inhumados en la capilla de La Altagracia del Convento de los Dominicos.
Durante días, las páginas del diario que fundó se llenaron de notas de pésame del pueblo, de empresarios, negociantes, funcionarios, políticos, intelectuales, religiosos, educadores… A diario titulaba: “El país entero se ha unido a nuestro legítimo dolor por el suceso que nos agobia”.

La calle. La designación de una calle “Pellerano Alfau” fue propuesta por el científico Juan Bautista Cambiaso V. y el Consejo Administrativo del Distrito decidió bautizar así “al trozo de la Arzobispo Nouel, entre Isabel la Católica y Colón (Las Damas) una de cuyas esquinas ocupa el Listín”. Ahí estuvieron las oficinas y talleres del periódico y en el frente del edificio se colocó una tarja de mármol. La resolución, ratificada por una ley del Congreso, es del 28 de julio de 1939. Las tablillas se colocaron el uno de agosto, aniversario del primer cincuentenario de la fundación del Listín Diario.

Cambiaso escribió que Pellerano “lo dio todo por lo que hoy constituye una de las más pujantes empresas periodísticas del país y legó como preciado tesoro a sus muy dignos hijos, quienes han seguido la senda luminosa de su progenitor”.

Pedro Troncoso Sánchez, vicepresidente del Ayuntamiento, dijo el discurso en el acto de colocación de los rótulos, expresando que Pellerano “contribuyó con su inteligencia y con su voluntad a elevar el nivel cultural de la sociedad dominicana” y significó: “Fue un paladín de causas nobles, vocero de elevados ideales, austero portavoz de la conciencia de la nación que pudo sortear los escollos que interpuso la turbulenta política nacional de otros tiempos; sostener la voz ardiente de la libertad en favor de la causa cubana; sustentar los fueros de nuestra dignidad nacional en momentos de angustia, recogiendo siempre, contra peligros y acechanzas, la voz del pueblo para levantarla y hacerla triunfar”.