Desde las redes

Sale de prisión Marcelo Odebrecht, el magnate que sobornó a Iberoamérica

La celda de doce metros cuadrados con un agujero como retrete y una dura litera en la que vivió durante dos años y medio nunca podrá olvidarla el magnate de la construcción, Marcelo Odebrecht, quien salió hoy de la prisión federal de Curitiba, donde purgaba una pena de diez años de cárcel para quedar en régimen de arresto domiciliario. Símbolo del marasmo de corrupción en que se hundió Brasil, Odebrecht cruzó en un jet privado los 400 kilómetros de distancia que lo separaban de su mansión de 3.000 metros cuadrados, donde fue detenido en 2015, y en la que seguirá cumpliendo condena con una tobillera de control policial.

Antes de un célebre y admirado empresario, el apellido Odebrecht se convirtió en sinónimo de corrupción en todos los países en que hizo negocios, especialmente en Iberoamérica, pero también en Estados Unidos y África. En algunos de esos países, como Perú o Ecuador, aún están abiertos procesos vinculados a su emporio empresarial. Y por supuesto, Odebrecht es uno de los nombres más citados en la no menos famosa operación anti-corrupción «Lavacoches», que desde 2013 ha hundido en una profunda crisis la la política de Brasil.

Un «trofeo»

Preso el 19 de junio de 2015, en la décimo cuarta fase de la Operación Lavacoches, Odebrecht fue condenado en principio a 31 años y 6 meses de cárcel por los delitos de corrupción activa, blanqueo de dinero y asociación criminal. Su captura, que tuvo lugar en una fase de la operación llamada «Erga Omnes», («la ley es igual para todos»), lo convirtió en uno de los primeros grandes empresarios presos de la historia brasileña, un «trofeo» para la policía y para el juez Sergio Moro, que seguían las investigaciones anticorrupción.

Después se le redujo la condena a diez años. Y hoy quedó en arresto domiciliario. Un régimen benigno que fue posible gracias a su acuerdo de colaboración acordado con la Fiscalía General, conocido como la «Delación del Fin del Mundo», en la que participó junto a otros 76 presos vinculados a su empresa y que ha denunciado a políticos de casi todos los partidos, entre ellos, al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. El arreglo judicial fue acompañado también del pago de una multa equivalente a 19 millones de euros, depositados en junio, que no incluyen los cerca de 1.000 millones de euros previstos en otro pacto internacional firmado con autoridades de Brasil, Estados Unidos y Suiza.

En virtud del acuerdo alcanzado con la Justicia brasileña, Marcelo Odebrecht debe permanecer dos años y medio en su mansión bajo diversas restricciones, como visitas limitadas a sus abogados, médicos y tan sólo 15 personas más incluidas en una lista aprobada previamente por un tribunal. Después de ese plazo, podrá salir durante el día, pero tendrá que pernoctar en su domicilio entre las 10 de la noche y las 7 de la mañana. De forma gradual podrá gozar de otros beneficios, como pequeños viajes acordados y salidas de fin de semana.

Piscina y gimnasio

La mansión en la que cumplirá el resto de su condena tiene piscina y un gran gimnasio, donde podrá mantener con más comodidad sus diarios ejercicios, que en la prisión se limitaron a pequeñas carreras, flexiones y pesas improvisadas. La mansión de Odebrecht está ubicada en un condominio de lujo en el barrio Morumbi, en la Zona Sur de São Paulo, y tiene un valor estimado en 10 millones de euros.

El reo tampoco podrá asumir ningún cargo en el Grupo Odebrecht hasta el año 2025. La decisión, sin embargo, coincide con la posición de sus parientes, incluso de su padre, Emilio, el patriarca del clan, quienes le han prohibido para siempre su participación en la empresa.

El ostracismo familiar será sin duda uno de los golpes más duros que el ejecutivo enfrentará en esta nueva fase de su vida. Odebrecht pasará las fiestas de Navidad con su esposa, Isabela, y sus dos hijas, pero alejado de su padre, su hermana y su cuñado, el director jurídico del grupo, Mauro Ferro, que rompieron relaciones con él tras el acuerdo de confesión con la Justicia.

El patriarca, que llevó a cabo un proceso de reestructuración del grupo durante la prisión de su heredero, impusó también una nueva regla, que prohibe a ningún integrante de la familia ocupar el cargo de director-presidente.